La sospecha en tiempos de pandemia

La desconfianza de todos ante todos está en aumento.

Aug 26, 2022

Luis Alberto Arista Montoya
Filósofo, docente universitario y periodista
“Las sospechas entre los hombres son como los murciélagos entre los pájaros, siempre vuelan en el crepúsculo. En verdad deben ser reprimidas o, por lo menos, bien guardadas; porque nublan la mente”. (Francis Bacon, 1561-1626. Padre del empirismo filosófico y científico). 

A raíz del posible origen del coronavirus causado por el consumo de murciélagos en los comedores de los mercados de la ciudad china de Wuham, el epígrafe del presente artículo calza para comprender los estragos de la pandemia del coronavirus.

La palabra crepúsculo tiene una significación bifronte: el primero, crepúsculo es la claridad que hay en el planeta tierra desde que raya el día hasta que sale el sol; el segundo sentido indica a la última claridad del día, desde que el sol se pone hasta que anochece. La gente del campo en la región Amazonas utiliza dos hermosas palabras para referirse a esta doble significación de crepúsculo: “el amanecer” (cuando despunta el sol), y “a oración” (porque a eso de las seis de la tarde la gente ora en agradecimiento por un día más de vida y una buena noche). 

El murciélago es un animal venenoso que se alimenta con toda clase de insectos, con sus puntiagudos caninos hiere a cualquier ser vivo que encuentre durante la noche, durante el día para escondido, agazapado. Todo esto lo saben los indígenas nativos de la provincia de Condorcanqui (Amazonas) y los enfermeros y sanitarios (va nuestro homenaje a ellos) que llegan anualmente para extirparlos; de ahí que sea importante dormir protegidos por un mosquitero, especialmente los niños.

Bueno. Si la sociedad peruana padecía ya desde hace mucho tiempo atrás el “virus social” de la sospecha a causa de la corrupción política, de la corrupción de las costumbres morales, de la violencia generalizada, del manejo empírico del Estado y de una retahíla de decepciones históricas, ahora —durante  y después de esta pandemia— la desconfianza de todos ante todos está en aumento, acentuando la sospecha entre peruanos. La secuela de sospecha va a estar instalada en el imaginario colectivo por largo tiempo. Y no habrá vacuna alguna contra el “virus” de la sospecha, ¡salvo una buena educación! Es más, la gran mayoría de peruanos somos asintomáticos de sospecha.

Esto es comprobable. A causa del uso sanitario de la mascarilla, que casi cubre todo el rostro del “prójimo”, uno sospecha de esa persona, uno se pregunta si tendrá el virus y que nos podría contagiar; al caminar por plazas y calles —cuando uno sale por necesidad— evita el acercamiento, el encuentro, rehúye, cambia de vereda, camina rápido buscando pronto refugiarse en su caverna (casa).

No más aglomeraciones en cines, estadios, plazas, colegios, conciertos, etc.; el amiguismo presencial está siendo sustituido por la virtualidad de las redes sociales. Adiós cultura del ágora (quizá hasta renazca el nuevo espíritu del filósofo griego Sócrates). Se multiplican ágoras cibernéticas en la galaxia internet.

Es más, en la poscuarentena seguirá agrandándose el sentimiento o la idea de sospecha, alimentada por la sempiterna desconfianza de los peruanos. Es por eso que mientras exista la pandemia social del odio y del rencor no será posible el tan ansiado consenso político-social (nuevamente, por ejemplo, el Ejecutivo y el Poder legislativo vuelven a enfrentarse); desconfiamos y sospechamos de la buena voluntad de los médicos, enfermeras, bomberos, de los buenos profesores y policías bien formados desde el seno de su hogar y desde sus instituciones tutelares.

Claro, el fenómeno no solo se da en nuestro país. Se da en el mundo entero (en cada país, entre países). Una peligrosa sociedad de la sospecha imperará, donde el Sujeto simula lo que no es y disimula lo que es, dos armas de supervivencia del más fuerte y del más pendejo.

El pensador francés Paul Ricoeur escribió en 1965 “La Sociedad de la Sospecha”, a partir de la crítica a la “conciencia falsa” del sujeto resentido y de voluntad débil de la que nos habló Federico Nietzsche; de la crítica de los intereses económicos del capitalismo industrial que realizó el viejo Carlos Marx; y, a partir del diagnóstico del malestar de la cultura burguesa debido a la represión del inconsciente, realizado por el psicoanalista Sigmund Freud.

Hemos tomado prestado el título de la obra de Paul Ricoeur para referirnos a las relaciones sociales de sospecha que habrán de primar en el tiempo de pandemia y pospandemia. Un nuevo pensamiento posmoderno será necesario, de carácter racio-vitalista, más humanista, bajo una ética de la integridad moral, pero integrados unos con otros a pesar de nuestras diferencias.

Nuestra vida (que es la “realidad radical”) será banal y compleja si es que no se guía por la virtud de la confianza en el prójimo (donde projimidad es igual a proximidad) y por la ética de la ejemplaridad de sus líderes, tal como recomienda el filósofo neo-aristotélico Johan Leuridan (véase su libro: “El sentido de las dimensiones éticas de la vida”, USMP, 2018). Implica, indudablemente, toda una revolución humanística de la educación del hombre y del ciudadano. Desde la familia: estructura social primera que deberá proteger y promocionar el Estado y toda la Nación.

No es posible que en el mundo cunda la sospecha/desconfianza de todos ante todos, todo el tiempo. Que nuestro rostro (ya sin mascarilla o sin careta, lo mismo da) evite el fingimiento de la mala fe. Que nuestro ojo derecho se fíe del izquierdo; que lo mismo pase con nuestros dos oídos, que nuestra boca no pronuncie mentiras; que nuestro cuerpo vuelva a sentir la cálida palmada del otro.

Que los murciélagos de la sospecha no sigan revoloteando al amanecer, mucho menos “a oración”. 

“Pues el mejor medio de abrirse camino en este bosque de sospechas es comunicarlas francamente a las personas de quienes se sospecha, pues con eso se sabrá con seguridad más de la verdad sobre ellas de lo que se sabía antes; y al mismo tiempo se hará que esas personas sean más circunspectas para no volver a dar motivos de sospecha… Los italianos dicen: “la sospecha es la licencia de la fe”; como si la sospecha diese un pasaporte a la fe; pero más bien debe inducir a su rehabilitación”. Este pensamiento de Francis Bacon (expresado en su obra “De la sabiduría egoísta”) quizá pudo haber influido en el pensamiento republicano del “Bacon peruano”, el precursor de la independencia política, el filósofo Toribio Rodríguez de Mendoza, en sus horas crepusculares de duda existencial entre el Saber de la Razón y el Poder de la Fe.

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